“Las tetas de la chica son lo que importan”. Me llegó al alma. Cierto es que los peruanos estaban antes que yo cantando boleros, y el dueño del restaurante español, que era griego, me dio una oportunidad. Así pude salir de las aburridas tardes de su bar de Tottenham court road aquel invierno, donde cada tarde servía pintas y pintas de cerveza, one paint of flowers please, al de la tienda de discos, canoso, desgarbado, de barba luenga y amabilidad fumada, o le daba conversación limitada por mi inglés de barrio, al del sonido de la esquina, cerca de Charing cross.

La china que se encargaba del bar era una tirana. Otrora había tenido su carita estampada en cajitas de cerillas que se vendían en el bar, porque el dueño estaba enamorado y le quiso dar el gusto, pero ya no, ya sólo la tenía de encargada y se aprovechaba de su amor. En su decadencia, amargada, le cogió celos a mi compañera Úrsula de Cartagena, como la mística, y tocaba la campana de cierre con tan malas pulgas cada noche, que cuando me volvía a casa, en Lower road, atravesando Tower Bridge bajo tierra, lo que deseaba era largarme y aún guardaba esperanzas de conseguir un futuro mejor, pues Sabina mismo había estado buscándose la vida antes de ser conocido y dejar de ser profesor, cantando en aquella calle, al lado del “Sevilla mía”. Lejos quedaba ya el albergue de Brixton, las risas y cenas compartidas, cantar en el metro de Candem al salir temprano del trabajo.
Con los peruanos comencé por el reloj no marques las horas porque voy a enloquecer, para terminar con un nosotros que nos quisimos tanto, no me preguntes más, porque aquel comentario me envalentonó para proponerle al dueño que con mi guitarra, podría actuar sola cada noche.
Le pudo la avaricia y a mí el despecho, y en el pecado va la penitencia.
El día que, al fondo de la escena, el cocinero del restaurante empujó a la camarera contra el carrito de platos y manteles, yo de banda sonora, la bamba y que viva España, mi destino se desvió por treinta años.
¡Fue como un empacho de escenario!
BRIXTON DREAMS
Yeah, yeah , negrita, deslizas tu lengua por el peine
Siento tu latido
El peine en las manos, en tu boca, es el mejor instrumento para tu blues de pelo blanco y las arrugas del alma. Tu mirada ya no está entre nosotros.
Los peces brillantina, de color púrpura, metalizados en rosa y añil, pareciera que navegaran por tu falda anciana, en lugar de estar pegaditos en esas sucias cartulinas, para que puedas comer.
No quiero coger el tranvía, deseo quedarme contigo y que en el 96 me lleves ya para el Cádiz de 2011. ¡Sáltate todas las casillas del juego!
God is great, vocifera el predicador
Rocío Rosado